domingo, agosto 31, 2008

Mudanzas

Cuatro años en la blogosfera, escribiendo desde varias lunas y al paso del ciempiés... Hora de mudar y cerrar voces antiguas. Poco a poco.

viernes, febrero 22, 2008

Simone de Beauvouir



On ne naît pas femme: on le devient.

jueves, agosto 16, 2007

Autorretrato (mayo 2007)


Tiene los ojos verdes. Cansados. Sonríe sin mucho esfuerzo; no importa si está bien o mal. “Espero que esa sonrisa no se borre nunca de tu cara”, le dijo en el primer mensaje. No se borrará; no por él. Se mira en el espejo y tiene la sensación de estar otra vez de vuelta en el mundo, después de unas semanas extrañas. Demasiado literarias; cuando tu vida se convierte en una novela y tú no quieres ser el personaje principal. A partir de ahora, tendrá más cuidado con las situaciones en las que pone a los protagonistas de sus novelas y de sus cuentos.

Pero se ve bien, a pesar del cansancio. Tiene el pelo largo, ondulado, y lleva una trenza de cuero, signo de rebeldía a pesar de sus treinta años. Le gusta poder mirarse en el espejo y hacer preguntas; sentarse a escribir. Hace solo una semana no hubiera podido. Le gusta ver cómo sus manos se mueven deprisa por el teclado del ordenador. Si se pudiera resumir en algo sería en los ojos, el pelo, la sonrisa. La nariz, por ejemplo, nunca fue importante. En esos ojos está parte de la gente que se ha ido; por ellos intenta mirar el mundo. Lo leyó en algún sitio, no es original; que los que se fueron ven el mundo a través de nuestros ojos.

No sé qué hay en su mirada; interés, ternura quizá. Miedo, ya no. Antes sí. Y un poso de tristeza; pero esa tristeza, que ahora es más intensa, quizá tenga que permanecer siempre, porque es parte de ella. Igual que las ganas de vivir. Que no se irán nunca, que siempre vuelven. Le gusta el mar. Y los abrazos sinceros. Le gusta compartirse, recordar a la gente que quiere. Le gusta sentir una soledad que no está sola, que lleva siempre las manos amigas, las caricias, los besos, las respuestas. Y un montón de preguntas, que no quiere que desaparezcan nunca. No sabe caminar por la vida con todas las preguntas resueltas.

Le gustan sus ojos cerrados, cuando sueña. Le gusta ese espacio entre dos mundos en el que teje, igual que cuando escribe. En el que se deja llevar, como si navegara sola, tumbada, dormida en un barco que no tiene rumbo. Le gusta desperezarse cuando sale el sol, arrimar el barco a la orilla y volver a caminar por él; pero también perderse, a menudo. No sabría vivir completamente sola ni siempre acompañada. Se inventa cada mañana, y a la vez intenta ser fiel a lo que va siendo.

Le gusta emocionarse con cosas pequeñas, y, sobre todo, adivinar la esperanza. Como llegar a casa y ver a un pintor que borra los restos del incendio, y que las paredes vuelvan a ser blancas. Aunque nadie venga a pintarlas de azul y verde; el blanco, que nunca le gustó, ahora parece el mejor color del mundo. Le gusta que los días sean más largos, aunque luego añorará los días fríos y cerrados del invierno.

Le gusta bailar, y caminar bajo la lluvia. Siempre sin paraguas. Y lanzarse al mar desde un acantilado, sobrevolarlo para volver más llena. Le gusta escribir cartas, reales o imaginarias. Recordar sin añoranza. Le gusta, sobre todo, no tener prisa. Ni planes. Hace años que intenta soñarse volando entre las estrellas, pero no lo consigue. Cuando quiere a alguien le gusta cerrar los ojos y, antes de dormir, imaginar que entraba por la ventana y se tumba a su lado, solo para velar sus sueños.

Le gustan las metáforas, que son como darle la vuelta a las cosas, como convertirlas un poco en poesía. Le gusta emocionarse con alguien, cantar a voz en grito por la calle. Conquistar el monte, sumergirse en el mar. El mejor lugar, si le preguntaran, bajo el agua. Siempre bajo el agua. Por eso no sabe vivir en esta ciudad en la que imagina un horizonte con barcos, cerca de la gente que, aunque viva aquí, está a kilómetros de distancia.

jueves, noviembre 09, 2006

Noviembre


O la luz bajo los cedros, mágica lluvia que endulza el otoño, rincón donde crecen los duendes. O tus ojos de gato; o tres décadas en las manos, llenas de tantas cosas que no son importantes, cajones que rebosan y encuentras en el fondo, envuelto en telarañas, lo poco que te llevarías. O el misterio de tejer cada día, de remendar agujeros y colgar de la pared ausencias irreversibles.

O la elegancia de un ciprés en el día de difuntos, árboles de cementerio que funden la tierra con el cielo; ese otro plano donde la realidad es la luz bajo los cedros, y todo lo demás un pálido reflejo; donde los sentidos son uno y respiran la esencia de los siglos. O despertar rastreando tu piel, envolverme en abrazos de luna, desnudos sobre el fin de los tiempos;

nada más

hay eterno.

lunes, octubre 09, 2006


Si cambiara del miedo
le senda doblada
los ojos callados
las manos tan vueltas
sentarme en la lluvia
volcarte las flores
besar tus esquemas
pintarme los labios
mordernos la lengua

palomitas de maíz
cada resto de tus dudas

Desescamarte la responsabilidad
las cosas serias
truncarlas en malabares

con tus reservas
un circo de pingüinos

jueves, mayo 25, 2006

Los deseos




Los deseos son una especie de secretos que sólo nos contamos a nosotros mismos; desde pequeños aprendemos que los deseos se piden, pero no se dicen. Téngase en cuenta que los deseos no son cosas que se quieren, sino que se anhelan. El truco está en que no tenemos sobre ellos ninguna certeza. Se desea detener el reloj, o acelerarlo para que llegue algún momento… los deseos siempre enlazan con el tiempo. Se desean de verdad los cuerpos sólo cuando se desean las almas, cuando buscamos una unión imposible con otra persona. Dice Martín Garzo que amar es tratar de descubrir un secreto en el otro.

Se pueden hacer muchas cosas con los deseos; por ejemplo, tratar de recordar cual fue el primero. O bien, trate de hacer un inventario con todos los deseos que ha pedido a lo largo de su vida e imagine qué habría sucedido de cumplirse todos.

Es de suponer que quien no esconde un deseo ha muerto: incluso aquel que se olvidó de sí mismo guarda un deseo. Todas las personas guardan dentro de sí un anhelo profundo, alguno que escribieron con tinta imaginaria cuando eran pequeños y guardaron en un cofre. Sólo hay que volver a mirar al niño, volver a encontrar ese deseo, porque seguramente guarda lo mejor de cada uno, o lo mejor para cada uno; todo por lo que luchamos un día y que con los años ha ido quedando enterrado en el desván de nuestra conciencia. Todos enterramos un tesoro en el parque, con aquel pájaro que murió, y debemos volver allí, apartar las hojas secas y desenterrarlo; ser capaces de volver a buscar a ese niño que se quedó mirando la tierra, que aún espera, ayudarle a escarvar y devolverle el cofre y liberarnos. Tal vez eso es la literatura.